El 7 de octubre se celebra a la Virgen del Rosario, advocación que nos recuerda la importancia de dirigirnos afectuosamente a nuestra Madre a través del rezo del Santo Rosario. Fue la misma Madre de Dios quien nos pidió que lo recemos y lo difundamos para que, a través de este, podamos obtener gracias abundantes.
El Rosario es inobjetablemente una oración mariana -una ayuda certera para crecer en amor a la Mujer que nos trajo la salvación-, pero no siempre reparamos en que es, antes que nada, una oración “cristocéntrica”, es decir, una oración centrada en Cristo. La enunciación de los misterios y las avemarías que se suceden al rezar nos ayudan a contemplar y meditar los misterios de la vida del Salvador acompañados de María, la madre que siempre estuvo cerca del Hijo. Ella nos enseña a acercarnos a esos misterios a través de sus propios ojos, porque todo en Maria es una invitación a amar al Hijo.
Un poco de historia
En el año 1208 la Virgen María se le apareció a Santo Domingo de Guzmán, le entregó el Santo Rosario, en la forma como lo conocemos hoy, y le enseñó cómo rezarlo. Nuestra Santa Madre le encomendó entonces al santo español que se convirtiese en propagador de esta devoción. Así lo hizo Santo Domingo, y el Rosario, a lo largo de los siglos, fue calando cada vez más hondo en el alma de todos los católicos.